jueves, 20 de noviembre de 2008

Una verdadera Navidad

Yo no lo recuerdo. Es más, no lo sabía. Siempre vi a mis tíos Diosdado y Liceto (nombres poco comunes) como dos hombres humildes, trabajadores, nobles, graciosos y con todas las características de los 'mil oficios'. Cuando algo se malogra en mi casa, lo primero que se hace es llamarlos. Son expertos en instalaciones, en píntura de lo que sea y hasta en construcción. Siempre los vi con respeto, pensando en que era gente muy honrrada a la que el éxito económico les había sido esquivo, pues los considero grandes personas. El sábado, mi madre me cerró la boca. Conversando, evocó una Navidad, cuando mis padres recién empezaban. En ese entonces, mi padre no era el afamado médico que es ahora. Estaba estudiando en la universidad -pues mi nacimiento lo había retrasado- y trabajando de taxista con un carro viejo y maltrecho. Mi madre, la mujer del dinero y el motor económico del hogar, ganaba bien para la época de crisis como cosmetóloga de la élite limeña. Ella, prácticamente, era quien pagaba las cuentas, costeaba la comida, la luz, el agua, etc.
Eran otros tiempos sin duda. Yo aún usaba pañal (de tela) y no podía aun enlazar bien las palabras (hasta ahora tengo ese problema, jaja). La navidad llegó sin avisar. Todos estaban preocupados con sobrevivir a la crisis cuando el 24 de diciembre toco la puerta. Lo peor de todo es que, según contó mi madre esa noche, en esos días habíamos tenidos problemas serios -yo la malogré, como siempre, porque me enfermé- y no teníamos dinero ni para un chocolate navideño.
La cena, como iban las cosas, con suerte iba a ser un huevo frito y, quizás, arroz. Las palabras de mi madre en su descripción sentenciaron el momento: "nunca habíamos estado peor", dijo. Y, bueno, aunque ahora mi familia es acomodada, hubo momentos muy duros económicamente en el pasado, pero al citar dicha frase, pude imaginar así la situación. ¿Regalos? eso era imposible. Esta fiesta es de los niños, pero yo nisiquiera tenía consciencia como para pedir algún juguete. Aunque era una fecha especial, el día se presentaba como uno de los más duros. Así, pasaron las horas, mientras se acercaba la medianoche.
Mi madre llegó, con la cara larga pues solo había podido juntar un poco de dinero. El rostro de mi padre, era un poema. La chatarra en la que taxeaba se había malogrado en plena carrera. Estábamos condenados a pasar una Navidad sin pavo, ensaladas ni champaña, como lo hacemos ahora. Con suerte, íbamos a comer... aunque lo especial era la unión y el amor de mis padres, verdadero sin duda y que ha durado hasta hoy.
Mi madre halló el sobre debajo de la puerta. Había una tarjeta dentro. No tenía dinero en efectivo, regalos ni remitente. Sin embargo, el rostro de mi madre estalló en júbilo... y una sonrisa selló el momento.
-"Son tres mil soles (en verdad era otra moneda y no sé cuál, así que como es mi blog, decidí poner 'soles' ok)" dijo.
-Mi padre, no vio dinero en sus manos y, por unos segundos, quizás, pensó que estaba loca.
-"Qué te pasa Susy", gritó él, desde otro cuarto.
-"Son tres mil soles Julián... un cheque de tres mil soles. Quién te debía, dime", replicó ella.
Mi viejo, riendo, la miró con compasión. Hasta en ese momento, no podía creer que algo salvara la Navidad. En su mente, siempre analítica, era absurdo. Quizás un error o una broma cruel. Todo cambió cuando vio el documento que decía 'al portador'. Nadie en mi casa terminaba de entender qué sucedía. Era mucho dinero y nadie lo esperaba. Sin duda, se trataba de un error y cobrarlo, podría convertirse hasta en un crimen.
Entonces, el teléfono sonó. Eran mis tíos. Llamaban por Navidad. En ese entonces, no eran los mil oficios de hoy. Por el contrario, eran dueños de varios negocios de juegos de video a ficha (pinball) -algo que yo ignoraba, pues cuando era niño, aunque tenían las llaves de todos los locales, siempre me dijeron que eran simples trabajadores- y gozaban de una extraordinaria condición económica. El 24 de diciembre de aquel año (no sé que año era pero yo no caminaba y por lo tanto calculo que debió ser el 79) Diosdado y Liceto habían ido a mi casa. Como no encontraron a nadie, pues mis padres estaban trabajando y yo, en la casa de la abuela, habían dejado el sobre. "Feliz Navidad hermana. Espero que la pases muy bien. Te queremos mucho", dijeron. Esa noche cenamos, hubo regalos y hasta champan. Más que los regalos y las cosas materiales, entendimos todos con esta lección que lo importante de este día es compartir sin esperar nada a cambio.

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